Miles Davis: Birth of the Cool: el misterio insondable detrás de la trompeta

El cine se ha acercado con gusto al jazz. A menudo, para dar cuenta, con justicia y justeza, de las singularidades –de las excentricidades– de los grandes íconos del género. Abundan, así, las biografías, en ficción o en documental, de Charlie Parker (Bird de Clint Eastwood, 1988), John Coltrane (Chasing Trane: The John Coltrane Documentary de John Scheinfeld, 2016), Chet Baker (Born to Be Blue de Robert Budreau, 2015), Miles Davis (Miles Ahead de Don Cheadle, 2015), Lee Morgan (I Called Him Morgan de Kasper Collin, 2016) y un largo etcétera. En mayor o menor medida, son películas en las que cobran protagonismo las adicciones que marcaron a los genios de marras. No obstante, en todas es posible descubrir o recordar las virtudes musicales, la singularidad creativa, el aporte al género y a la música universal. Y sin embargo siempre quedan facetas oscuras, misterios insondables. Miles Davis: Birth of the Cool (2019) es de esta cepa.

Este documental es la más reciente entrega de Stanley Nelson, realizador negro cuya obra gira alrededor de asuntos relacionados con la negritud: de las Panteras Negras a los negros en los negocios. Coproducido por la BBC de Londres, Miles Davis: Birth of the Cool es un documental convencional que da cuenta de la vida y milagros de uno de los más grande trompetistas –acaso el más grande– en la historia del jazz. El cineasta congrega materiales diversos: fotos y pietajes de archivo, numerosos testimonios, incluyendo los del propio Miles (si bien no con su voz) y algunas pinturas del músico.

Todo este material es pertinente para trazar la ruta del hombre y del músico, sus amoríos y sus matrimonios, sus enojos y, por supuesto, sus adicciones; las diferentes formaciones que congregó, sus singularidades musicales, algunas anécdotas. Desde los testimonios de amantes y esposas (Juliette Gréco, Frances Taylor), de amigos y conocidos, se perfila el ser humano apasionado e irascible; desde las memorias de músicos que compartieron con él el escenario y el estudio (Herbie Hancock, Wayne Shorter, Marcus Miller, Ron Carter) se da cuenta de su particular estilo de trabajo (llama la atención que tiene similitudes con el de Woody Allen: da pocas instrucciones y no mucha retroalimentación) y de la grandeza de su música; a partir de la contribución de algunos autores de libros sobre él –y de Carlos Santana– es posible emprender la valoración y la apreciación del artista.

Nelson consigue dejar constancia del valor de Davis. Su permanente y encomiable afán de renovación hizo que estuviera constantemente en la vanguardia (él es la vanguardia). Bajo su tutela agrupaciones memorables (en particular sus quintetos) registraron discos memorables, y crecieron y maduraron jóvenes músicos extraordinarios –como Hancock y Tony Williams– que posteriormente iniciaron otros proyectos. Fue un músico inquieto, un gran innovador y un gran formador. En él habita la obsesión por el tiempo (como Johnny Carter, protagonista de “El perseguidor” de Julio Cortázar), el rebelde reivindicador de los derechos de los negros; conviven la vanidad y la pasión, la furia y el romanticismo, la violencia y la dulzura. Pero sobre su personalidad queda más de un enigma: difícil que una obra sobre él, literaria o fílmica, de cuenta de los demonios que lo habitaban y que aprovechaban cualquier resquicio para hacerse oír. Tal vez una canción…

Calificación 75%

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