Después de ver Thor: Ragnarok (2017) de Marvel y Liga de la justicia (Justice League, 2017) de DC –que hoy invade las pantallas nacionales– me quedo con la impresión de que los míticos rivales del cómic están en una dura competencia en la que está en juego no sólo quién hace más dinero sino quién hace… la peor película. En ambos frentes la cantidad está ganando a la calidad, y tanta visita sin gracia a súper héroes sin punch ofrece hoy un paisaje sin gloria. A ello han contribuido varios factores: dar roles protagónicos a personajes que en el mejor de los casos son buenos segundones; empeñarse en sustituir la comedia por la épica; apostar por la corrección, quedar bien con la equidad de género; pero sobre todo, una serie de guiones vacíos, basados en la repetición y que no cumplen ni con los requisitos mínimos del drama (¡un conflicto, por favor!).
Liga de la justicia nos ubica en un mundo sin Superman. La Tierra llora al súper hombre caído (con mantas por todo el mundo, hasta en Notre Dame de París). Su ausencia es aprovechada por huestes de entes extraterrestres, encabezados por Steppenwolf, un lobo estepario que poco tiene que ver con el de Hesse. Los malvados atacan a amazonas, atlántidos y humanos; buscan tres cubos que son como el cubo de Transformers: una fuente tremenda, grandiosa, prodigiosa, insospechada, extraordinaria, inconmensurable de energía. Buscan, por supuesto, el Apocalipsis. Bruce Wayne (Ben Afflek), que no Batman, busca reunir un equipo capaz de hacer frente a la amenaza. Por ello se acerca a la Mujer maravilla (Gal Gadot), que es una maravilla, Flash (Ezra Miller), Aquaman (Jason Momoa) y Cyborg (Ray Fisher). Pero falta el ingrediente secreto, del cual tenemos algunos atisbos si echamos un ojo al elenco.
Liga de la justicia comienza y termina mal no sólo porque parte de un guión flojo, muy flojo, sino porque el equipo está encabezado por un realizador de probada mediocridad: Zack Snyder (300, Sucker Punch, Batman vs. Superman). Éste, justo es reconocer, propone algunos emplazamientos sorprendentes, dignos de cómic, pero hace gala de sus conocidas limitaciones: registra la acción con más confusión que inspiración, y su puesta en cámara es rutinaria, es más efectista que efectiva; su puesta en escena es poco evocadora y de sus actores obtiene actuaciones medianas. Si el guión no ayuda siempre estará la técnica para salir al rescate. Pero no con Snyder.
Snyder y compañía entregan una cinta que va de la copia al desconcierto. Para empezar, los personajes son presentados como en Escuadrón suicida y Avengers: cada quién su espacio, cada quién su música (la mejor es la de Aquaman, con “Icky Thump” de White Stripes). La música, cortesía de Danny Elfman, en adelante estará presente en todo momento: se confirma que cuando un realizador no sabe o no confía en su trabajo, la banda sonora sale al rescate de la emoción. Por otra parte, la conformación de la Liga es como la de Avengers: con su bufón (Flash y Spider-Man), su freak con gadget (Aquaman y Thor), su bella, muy bella (Mujer maravilla y Viuda negra), su millonario tecnologizado (Batman e Iron Man). La trama ahora nos lleva, como el Señor de los anillos, por tierras de seres mitológicos; pero acá generan más indiferencia que fascinación. Para acabarla, en el afán de ponerse a la moda, el asunto de la equidad de género no está exento de patrioterismo. El sangrón Capitán América es el líder por definición (¿o por imposición?) porque lleva el símbolo en el escudo; ahora Wayne cede el liderazgo a la mujer con escudo, a la Mujer maravilla (que, creo que ya lo dije pero nunca está de más recordarlo, es una maravilla). ¿Por qué? No sé, sólo se me ocurren respuestas incorrectas. Para cubrir la cuota de género, no faltan ni el negro ni el nórdico (ya vendrán en las secuelas el latino y el oriental, o la latina y la oriental).
Pero acaso el mayor desconcierto lo proveen Bruce Wayne y Batman. Si Wayne se obsesionaba con ocultar su identidad, ahora no tiene empacho en revelarla, en mostrar su avejentado rostro de forma gratuita y abrir su baticueva a propios y extraños. Y si en Batman vs. Superman: El origen de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) no cabía ni una gota de humor, acá hasta el murciélago se presta para hacer chistecitos. Eso sí, no compite con Flash, que es más rápido para el gag que para la acción. Así, Liga de la justicia se suma con pena y sin gracia a la moda de la épica cómica.
Todo esto da por resultado una cinta que propone un muestrario más que una progresión, que acompaña a personajes que no tienen conflictos atendibles (los hay, cierto, pero se resolverían en un dos por tres). Y el manido asunto del Apocalipsis causa ya más fastidio que inquietud. Snyder no imprime mayor vigor a una cinta que pertenece a un género que lo tiene por definición: la épica. El cineasta retoma los lugares comunes del cine de acción de hoy y hace un flaco favor a la tradición de los personajes que habitan su cinta. Su ánimo de incorrección –imprimir humor a un género otrora serio, muy serio; grave–también es ya un lugar común. En conclusión: Liga de la justicia es una película con súper héroes (que ni lo son tanto), pero no de súper héroes. DC y Marvel están matando a la gallina de los súper poderes.
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