Hace tiempo el danés Lars von Trier anunció su deseo de hacer una película porno. Nunca dijo que sería excitante. Tampoco cabía esperar el espectáculo vacío y repetitivo de planos detalle de ese género, sino la habitual, incómoda, lúcida y reveladora provocación de este cineasta imprescindible. Ninfomanía (2013) materializa en parte aquel deseo con pocas dosis de sexo explícito, al menos en su primera parte.
Seguimos aquí a Joe (Charlotte Gainsbourg), a quien Seligman (Stellan Skarsgård) encuentra maltratada y tirada en la calle. La invita a su casa, y ahí ella le cuenta de su pasado y de sus abundantes amantes.
Von Trier estructura su relato en capítulos, lo que materializa su obsesión por ordenar el caos, como la imposición de reglas. Además, didáctico, utiliza gráficos que subrayan lo expuesto. Juega con los contrastes: hace que la mujer triste se confiese al hombre feliz (es lo que significa Seligman), que el macho (tan elemental y manipulable) trate de seguir -y hasta entender- las complejidades mentales y afectivas de la hembra, que lo irracional se confronte a la razón. Nos lleva de Poe a Kafka, de Rammstein a Bach, del absurdo al delirium; y de la risa al llanto. Va más allá de la insatisfacción crónica y explora la sensación en esencia; y se rebela contra el amor (esa gran mentira, dice Joe). La conclusión, como también dice ella: “¡Qué horrible que todo tenga que ser tan trivial!”.
Exceso mesurado
La versión original de Nymphomaniac dura cinco horas y media. Para su exhibición comercial se dividió en dos partes que habrán de durar cuatro y media en total.
Texto publicado en el suplemento Primera Fila del periódico Mural el 16 de mayo de 2014
Hey Joe, ¿a dónde vas con esa arma?
Al final del primer volumen de Ninfomanía (2013), la más reciente entrega del danés Lars von Trier, la adicta al sexo Joe (Charlotte Gainsbourg) descubre el amor y la insensibilidad. En el segundo volumen ella se empeña en buscar sensaciones y orgasmos. Entonces va del masoquismo al sadismo… y termina con un arma en la mano.
Con cámara en mano, luz fría y cortes “sucios”, von Trier incrementa la incomodidad del asunto abordado e imprime intensidad a la debacle de Joe. Su “confesor”, Seligman (Stellan Skarsgård) -el hombre feliz-, de nueva cuenta ofrece la explicación racional a la sinrazón. Y para ello va de la religión a las matemáticas, y por momentos él y ella se enfrascan en un diálogo de sordos.
El danés emprende una crítica a la hipocresía social, exhibe el dolor de la soledad y la falta de solidaridad y hasta aventura un complaciente análisis de género. Para variar imprime algunas dosis de humor, cuya irreverencia da para la previsible provocación. Habrá que ver las 5.5 horas de la versión completa, pero el segundo rollo decepciona un poco: es una película con un ritmo flojo, con iluminaciones del cochambre humano que se nublan por un afán explicativo -casi didáctico-, que deriva de un tema a otro y que no termina por amarrar. Queda claro, eso sí, que la sexualidad puede llevar a la destrucción y que, como la felicidad, es un arma caliente.
Hey Joe
Al final de la cinta se escucha a Charlotte Gainsbourg cantando la célebre Hey Joe, que popularizó Jimi Hendrix. La Gainsbourg muestra que es una intérprete maravillosa: en la actuación y en la canción.
Texto publicado en el suplemento Primera Fila del periódico Mural el 4 de julio de 2014