El ruso Aleksandr Sokurov –otrora discípulo del gran Tarkovski– sabe algo de museos. De ello da cuenta el virtuoso paseo por el Hermitage de San Petesburgo registrado en su totalidad en un largo planosecuencia de 100 minutos: Arca rusa (Russkiy kovcheg, 2002). Más que un edificio, mucho más que un almacén: el museo vive y en él conviven, palpitan, diferentes temporalidades; más que un registro de actos realizados por difuntos, la historia es aquí y ahora (como en el cine, donde todo, todo, es presente). Ahora, en Francofonía (2015), su más reciente entrega, nos lleva al Louvre.
Sokurov mezcla documental y ficción y entrega un ensayo memorioso y memorable. Es él mismo quien conduce el relato: lleva a cabo una narración que es más reflexiva que narrativa; interviene y dialoga con los personajes y nos lleva a diversos tiempos y espacios. En especial se detiene sobre el curso del gran museo parisino en la segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi. Para ello acompaña a dos personajes fundamentales: el director del Louvre, Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencquesaing), y el responsable de la conservación del arte del ocupante, Franz Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath). El cruce de sus caminos explica en buena medida la conservación y concentración del patrimonio del museo. Pero además pone en escena dos fantasmas: Marianne (Johanna Korthals Altes), símbolo de la Revolución francesa, quien recuerda los altos valores de la gesta (libertad, igualdad, fraternidad); y Napoleón, responsable en buena medida de “alimentar” el museo con piezas obtenidas en los diferentes y distantes países que atacó.
Nicolas Philibert nos llevó a las entrañas del fabuloso museo en su documental La ville Louvre (1990). Con sobriedad y sensibilidad, el francés daba cuenta de su funcionamiento, de su “circulación sanguínea”. Sokurov, por su parte y como cabía esperar, ofrece más que una visita guiada: Francofonía es una lección de historia y una reflexión sobre la abyección y la virtud que caben en lo humano. Llama la atención sobre el riesgo que supone el traslado del arte, lo mismo en el pasado que en el presente; exhibe diferentes aristas del nazi, del sensible conservador que fue en Francia al implacable asesino que invadió la Unión Soviética; muestra cómo una parte importante de las obras que habitan el Louvre es producto de una planeada política de guerra. No pierde la ocasión de mostrar la majestuosidad del recinto y dar cuenta de sus diferentes etapas. En este museo, en conclusión, se concentra una parte esencial de Europa y de la civilización occidental.
Todo esto es registrado con un prodigioso trabajo formal: la cámara, que por momentos emprende movimientos hipnotizantes, guía con elegancia. La imagen ofrece diferentes caras: desde la recreación en ficción en formato 1:1.33 (con todo y la banda sonora visible) a la pantalla ancha, en color y blanco y negro, con diferentes filtros y efectos (terreno en el que Sokurov es un maestro). Se construye así un fresco histórico y un mosaico que concentra historia y filosofía, que es un ensayo y una ficción y que empuja un abanico amplio de emociones. Como E. M. Cioran, ese oscuro y lúcido rumano, en su obra Sobre Francia, Sokurov hace de Francia un crisol donde cabe observar el fenómeno humano en sus más contrastantes extremos. Al final hace un sentido homenaje en primera persona, también lúcido, bastante lucidor. ¡Bravo!
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