Roma y la admiración

Por Guillermo López

  1. Envidio la capacidad de Cuarón de contar la historia a su gusto y modo, dejando atrás la rigidez o el cliché, dándose la libertad de decir lo que quiere y como quiere, con la profundidad, desenfado, juego o poesía que considera pertinente. Por ejemplo, que otra vez, así como lo hizo en Y tu mamá también (2001) nos deja ver o escuchar (o entender) lo que él quiere, y lo que no… pues simplemente no lo hace, cambiando el plano, toma o movimiento de la cámara, o también el audio o el idioma sin mayor reparo (yo quise ver el rostro del papá desde que llegaba, o que hablaran en español todo el tiempo, o ver cómo batallaban en las olas los niños, etc.).
  2. Me gustó que como espectador puedes distinguir dos niveles de lectura del filme: uno básico que es la historia y otro más profundo lleno de metáforas y poesía y que, a partir de  todos los comentarios pude recordar posturas semejantes que surgen al hablar de El Ciudadano Kane (1941) o de El árbol de la vida (2011)… En todos estos casos hay quien dice que las historias rayan en lo simple, lo insípido y lo nada fuera de lo común… pero si te vas al siguiente nivel de lectura encuentras poesía pura o denuncias sumamente profundas y complejas de lo que es el ser humano y cómo se mueve la vida misma alrededor, en unos casos de un trineo o una casa con su patio; en otros de un hombre y una mujer o una familia y su servidumbre. Casos concretos como el uso de las escaleras, el cielo y el suelo, el tránsito (o “atorones”) del coche, el mar, el campo… la ciudad.
  3. Me gustó que sus denuncias están llenas poder y de ironía, y que aun así se observa, a través del jugueteo, la elección de ser contundente o sutil, tan contundente como las escenas de Cleo y Fermín, o el incendio en el bosque, o tan sutil como el cuidado de rutina de contestar el teléfono pero tenerlo que limpiar con trapo para no dejar ni rastro del aliento antes de tomarlo sus patrones.
  4. También me divirtió mucho el timing con el que Roma envuelve todo lo que ocurre en la pantalla, como en la escena en el cine donde Cleo es “abandonada” y hasta los actores de la película que estaba viendo, dentro de la pantalla, se suman con sus risas a la burla de lo que ella está pasando.
  5. Debo confesar que al ser cercano a la generación proyectada, y además haber pasado la infancia en Ciudad de México, hubo muchos elementos de nostalgia que fácilmente “atrapé”, pero de una forma puntual sin ser el valor o elemento de gozo principal de la experiencia. Es cierto que a mi esposa, que nació y creció aquí en Guadalajara, muchos elementos le fueron ajenos, pero también en su caso Roma no dependió de ello para gustarle y disfrutarla.
  6. Me sumo a los que observan que la película es “contada”, en su historia básica, con la ligereza de un punto de vista infantil. No de Cleo, no de la familia entera sino de un niño, con la visión lúdica, desenfadada (como el caso de su recurrencia de hablar de vidas pasadas; y lo digo aun cuando nadie le da mayor importancia ni discute al respecto), incluso descuidada en detalles de verosimilitud (por ejemplo no importa tanto si hay continuidad o si son demasiadas “cacas” para un solo perro las que están en el patio o no, sino que el patio estaba en estado: limpio, sucio, seco o con charco) lo que permite jugar en el relato y aun así pegar con el punch de los detalles esencialmente humanos, que nos relacionan y que conducen las vidas de todos nosotros de una u otra forma.

 

Guillermo López es comunicólogo y profesor


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