Roma: ¿obra maestra?, ¿con fecha de caducidad?

Por Haroldo Fajardo

Es difícil hablar de una película que ha estado en boca de todos desde su aún reciente y sonadísimo estreno en algunas salas de cine, en noviembre del año pasado, y posteriormente en diciembre del mismo año, en la plataforma digital que la produce. ¿Por dónde empezar si parece que ya se ha dicho todo al respecto?

Recuerdo, todavía a unas semanas de su estreno limitado en salas selectas del país, una conversación con un buen amigo en la que nos mostrábamos poco entusiastas ante dicho suceso y preferiríamos esperar a que llegara al Video Bajo Demanda para revisar la que ya se nos anunciaba como una Obra Maestra. Pero queda claro que “por la boca muere el pez” y al recibir una invitación para una función especial –la primera en la ciudad– había que ser partícipe del fenómeno. Mi amigo, por su parte, cumplió cabalmente la espera.

Debo confesar –sacrilegio aparte– que nunca he sido un seguidor, mucho menos un fanático (de esos que cambian de Santo cada que se les aparece un nuevo blockbuster-dirigido-por-mexicano que aparece en cartelera), del trabajo de Alfonso Cuarón, por lo que vi su nueva entrega sin mayores expectativas, pero eso sí abierto a la historia que estaba por contarme, como con cualquier otra película, pues a final de cuentas eso y nada más era lo que representaba para mí. Apenas tenía algunos datos al respecto, una breve descripción de la trama y alguna que otra historia que corría sobre algún detalle de la producción: Que si el fotógrafo original no la había terminado, que si un coche quemado en tal delegación defeña (¿o ya era CDMX cuando se filmó?), o que si una no-actriz que antes del rodaje era maestra. Lo típico.

Al plácido correr de sus minutos Roma iba captando cada vez más mi atención y me permito repetir lo que ya se ha venido diciendo:  La fotografía en blanco y negro con su luz preciosamente registrada, la reconstrucción de una Ciudad de México (o más bien –ahora sí– de un D. F.) en sus calles y detalles, el diseño de sonido detalladísimo para ser una película que va a terminar –en el mejor de los casos– sonando en un home theather casero de cinco canales a lo mucho, el retrato de una época en la que comportarse de tal o cual manera no estaba “bien visto”, sus actuaciones contenidas (peco nuevamente de sacrílego, para mí la mejor en Marina de Tavira) y mucho más importante, su narración de ritmo sosiego, cálido, sutil como las miradas que expresan más que los diálogos.

Quizá estaba pues ante esa Obra Maestra que los titulares y las citas en el tráiler habían predicho. Pero no… Tras un largo y grandilocuente prólogo la película regresa a donde pertenece, a ese lugar donde hay que explicarle a “los grande públicos” –esos que la fueran a ver en el sillón de su sala con pizza y refresco, poniéndole pausa para ir al baño o para platicar de algo más importante o incluso dejarla para el día siguiente porque “que hueva… en blanco y negro y toda lenta y aburrida”– eso que acaban de ver, porque si no se les explica no vaya a ser que apaguen la tele sin haber entendido. ¿Un final abierto? Inconcebible para un público que está acostumbrado a que le den respuestas, a que unos ganen y los otros pierdan.

Lo que en un principio es una serie de retratos sobre una ciudad, sobre una casa, sobre una familia, sobre un modo de vivir, sobre dos mujeres, se extiende innecesariamente al querer “Contar una Historia” porque para eso va uno al cine o elige ver algo en “el Netflix”, para que le cuenten relatos y no a contemplar retratos. A quienes les interesan las entregas de premios cabe preguntarles ¿será casualidad que no esté nominada al Oscar a mejor edición? Yo no lo sé y ese es tema aparte.

Vuelvo a recordar la conversación con mi amigo. La mayor virtud que encuentro en Roma, le comento, es precisamente el hecho de que llevamos varios minutos hablando de ella, luego esos minutos son días, luego nos compartimos las notas que vamos encontrando sobre si Yalitza Aparicio ya dio una entrevista acá o salió en una portada allá. ¿En qué avenida están las lonas más grandes? Es así que la película se va diluyendo en el mecanismo publicitario. Estamos ante una Obra Maestra del marketing, todos estamos hablando de ella: en la calle, en el camión, en las universidades, todos hablamos de Roma. Hoy aquí, al recibir la invitación para escribir este texto seguimos comentando la película. Entonces recuerdo lo primero que platicaba con mi buen amigo… Hoy podemos decir cualquier cosa, hoy se vale opinar, pero esperemos unos cinco, diez o quizá quince años… ¿Quiénes irán a estar hablando de Roma? ¿Se enseñará en las aulas? ¿Pasará en televisión abierta y la gente se juntará para verla? ¿Qué le depara el mañana? Intuimos que habrá –como todo fenómeno mediático– otra Obra Maestra que la desplace, otro retrato grandilocuente disfrazado de intimista que llenará las salas y ganará premios y del cual se hablará muchísimo tiempo… Si unos seis o siete meses, que es el tiempo promedio para las Obras Maestras de Nuestro Tiempo. O quizá, como muchas otras veces, nos equivoquemos.

 

Haroldo Fajardo es guionista, cineasta y profesor universitario.


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