La bruja: terror del bueno

Como reza el título original, La bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015) se inspira en una leyenda de Nueva Inglaterra del siglo XVII. El contexto es más o menos conocido (el cine norteamericano ha regresado prácticamente a cada período de la historia de Estados Unidos, a veces de forma exhaustiva); el acercamiento no lo es tanto: si bien remite a estilos conocidos, echa mano de elementos técnicos poco utilizados por el terror que por lo general habita la pantalla.

La bruja es el primer largometraje de Robert Eggers y ubica la acción en la década de los 1630. Acompaña a una familia de inmigrantes ingleses que decide salir de una plantación porque el padre reprocha a la comunidad su relajamiento en asuntos religiosos. Él, su esposa y sus cinco hijos se instalan entonces cerca de un bosque. El futuro parece posible, pero pronto las cosas comienzan a cambiar después de que el más pequeño de los niños desaparece sin dejar rastro. Se sospecha de una bruja. No obstante, la familia comienza a funcionar cada vez peor: las diferencias afloran y se relaja y se resquebraja la cohesión que parecía dar la fe y la práctica religiosa.

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Eggers hizo una investigación histórica y sus diálogos surgen de los testimonios de los que se vieron involucrados en los procesos judiciales de la época. Apuesta por una austeridad cercana al documental, que remite lo mismo a Carl Theodor Dreyer que al Béla Tarr de El caballo de Turín (A torinói ló, 2011). La cámara es sutil, incluso cuando “palpita” en mano del operador, y se mueve con limpieza, con un afán más descriptivo que otra cosa; utiliza ópticas de distancia focal corta, lo que se traduce en buena profundidad de campo (y contribuye a dar presencia a espacios bellos pero inquietantes) y da lugar a una perspectiva cercana a la que tendría algún testigo presencial. Se hace uso de luz natural (o luces que podrían estar en el espacio, como la que produce el fuego) y a menudo las imágenes son planas. Desde la fotografía, así, tampoco hay una dramatización deliberada. El resto de la puesta en escena (vestuario, maquillajes) es asimismo maravillosa, pues gracias a ella cobra peso el estrato social, la época y la emotividad. Las imágenes aparecen sin maquillaje, mientras la música –que tampoco tiene relieves ostensibles– contribuye a incrementar la fuerza inquietante de las atmósferas.

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Estas decisiones estilísticas funcionan de muy buena forma para empujar una historia que surge del exceso puritano. Eggers ilustra cómo la religión genera su némesis (y la divinidad, sus esperpentos) y cómo la creencia en el mal –encarnado aquí en brujas que roban niños y vuelan en palos– es una manera de convocarlo. Lo extraordinario es cómo exhibe la hipocresía que cabe en el puritanismo: éste asocia el mal a un ente externo –la bruja epónima– mientras que todo tiene su origen en el interior, en la familia, en una convivencia que hace habitual el engaño. El orgullo del padre, que llega a límites de soberbia, lo lleva a tomar una mala decisión tras otra, y en la ruta la mentira se hace cotidiana y queda clara la distribución desigual del poder. El mal también irrumpe por el deseo: el padre recuerda a sus hijos que son producto del pecado; ellos, por su parte, despiertan a la sexualidad, la cual no encuentra un curso propicio para manifestarse.

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Eggers evita transitar la ruta del terror adocenado (prácticamente todo el que habita la pantalla hoy día). No renuncia del todo a la sorpresa, mas dosifica las apariciones espectaculares y diabólicas. Su propuesta se sustenta en el establecimiento de atmósferas enrarecidas (y, paradójicamente, a la vez muy naturales), en inquietar por la sugerencia y no por el sobresalto grosero. Valga un símil con el tratamiento de la sexualidad que hace el porno (gráfico, demostrativo) y el cine erótico (sugerente, incitante). La bruja prueba que el terror en buenas manos, terror del bueno, es un género de una riqueza atendible, capaz de hacernos reflexionar desde el miedo más que de proveernos sustitos. En el festival de Sundance, Eggers obtuvo el premio al mejor director. El jurado otorgó el premio “a un director que demostró una visión consistente y excelentemente resuelta, creando una historia que fue inquietantemente detallada así como fue magistralmente ejecutada”. De acuerdo…

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