Hasta el último hombre : harta testosterona políticamente correcta

Diez años después de Apocalypto (2006), Mel Gibson regresa a la realización con Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, 2016). Como en Braveheart (1995) y La pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004), entrega una cinta con mucho músculo, con harta testosterona… y tan correcta como patriotera.

El cineasta australiano se inspira en la historia de Desmond Doss y sigue las vicisitudes que éste vivió en la segunda guerra mundial. Desmond (Andrew Garfield) es un hombre creyente y se enlista en el ejército. Pretende ser paramédico, y sus problemas se multiplican cuando decide no recibir adiestramiento para el manejo de armas, pues no quiere matar. Su voluntad es puesta a prueba en Okinawa, cuando acompaña a un grupo de soldados en una sangrienta batalla.

Desde el inicio Gibson se surte en grande del artificio audiovisual: cámaras lentas que no necesariamente hacen la batalla más cruenta pero que redundan en un espectáculo llamativo (y más con los lanzallamas que rostizan a más de uno). La música, presente a cada rato (aquí, allá y por doquier) y con cualquier pretexto, contribuye a subrayar emociones que van del sacudimiento por la violencia al enamoramiento por ella (que en este caso es una enfermera y uno de los dos personajes femeninos que habitan toda la cinta).

El dispositivo es contrastante: en algunos pasajes la puesta en escena exhibe cuerpos fragmentados y vísceras abundantes mientras la cámara y la música se suman para construir una dramatización exacerbada. El estilo es grandilocuente, mas empuja una épica convencional. La guerra resulta impresionante, pero no necesariamente chocante. Paradójicamente, el exceso no necesariamente consigue más. Habría que anotar, por lo demás, los continuos distractores que suponen los frecuentes errores de continuidad que presenta la cinta, particularmente cuando encuadra a dos personajes.

Como anotaba al inicio, en su afán demostrativo (Gibson no sabe sugerir, todo lo grita) el cineasta recurre a los lugares comunes de la milicia (con sus superiores abusivos y sus soldados que sufren pero crecen), del cine familiar y del romance. Su aporte mayor está en el ensalzamiento de un pacifista que contribuye con su país aun en la guerra, en la cadena de violencia que se genera afuera y se reproduce en la familia. Asimismo propone una forma de congruencia para los que son creyentes. Pareciera que Gibson busca quedar bien con todos y matizar su conocida postura violenta (dentro y fuera de la pantalla) con su fe. En conclusión: Hasta el último hombre es una película efectista y efectiva… hasta cierto punto.

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