Guardianes de la bahía: la risa –voluntaria e involuntaria– en vacaciones

De acuerdo con sus antecedentes televisivos, es un despropósito albergar mayores expectativas de Guardianes de la bahía (Baywatch, 2017), que llegó a nuestras pantallas esta semana. Es la clásica película veraniega: un espectáculo insustancial. Entrega lo que promete (si bien la orgullosa frivolidad del nacionalismo local puede sentirse decepcionada por la participación de la cantante Belinda, de la que tanto se habló en la prensa de espectáculos y que aparece escasos 30 segundos), por lo que en realidad hay pocos reproches que hacerle. De esta forma la cinta puede resultar hasta divertida. Voluntaria e involuntariamente.

Guardianes de la bahía es la más reciente entrega para la pantalla grande de Seth Gordon, responsable de Quiero matar a mi jefe (Horrible Bosses, 2011) y Ladrona de identidades (Identity Thief, 2013) entre otras producciones, muchas de las cuales son televisivas. Sigue la actividad cotidiana de Mitch Buchannon (Dwayne Johnson) y sus guardianes playeros. Además de salvar a los infaltables vacacionistas que están a punto de ahogarse, el equipo se da a la tarea de perseguir narcos (de origen latino, por supuesto) y hacer la chamba de la policía.

La labor de Gordon es bastante ordinaria: inútil buscar lucimientos de la cámara o maravillas del montaje. Todo se lo lleva la puesta en escena: la cinta es un catálogo de cuerpos sólidos, musculosos, bruñidos y bronceados, una celebración de especímenes que cumplen con los parámetros de belleza occidental. Las cámaras lentas se multiplican para ver con detenimiento el movimiento de cuerpos atléticos, para poder hacer un “escaneo” de cada detalle. Y los primeros en celebrarlos son los propios personajes, que hacen hincapié en las maravillas de la fisonomía de unos y otras. La vacuidad de la vanidad, pues. Y la vanidad vende, de ahí que la cinta, que costó cerca de 70 millones de dólares, ha recaudado a la fecha más de 100.

Acaso lo rescatable es el constante afán de eludir la solemnidad: no hay manera de tomarse en serio, porque ni ellos mismos lo hacen, a los personajes y sus historias. El humor se instala desde el inicio con algunos pastelazos y mucho humor verbal; se llega a lo que al final es una comedia adolescente, una parodia de crecimiento. El thriller de los guardianes contra el crimen organizado es un mero pretexto, pobre y mal resuelto, que es muy difícil creerse (y, a decir verdad, a nadie le importa). Ahí también hay pretextos para la risa, muchos de los cuales, me temo, son involuntarios. Los súper héroes de hoy se empeñan en empujar comedias, y los héroes de medio pelo que habitan Guardianes de la bahía entregan una comedia a su medida: una comedia de medio pelo.

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