Esperando a Houellebecq

Hoy sale a la venta en Francia Soumission, la sexta y más reciente novela del francés Michel Houellebecq. Aun antes de circular, ya se ubicaba entre los libros mejor vendidos de Amazon; apenas lo hizo, saltó al número uno. En los días por venir habrá que esperar una avalancha de comentarios: tantas expectativas han de traducirse en reproches y aplausos, censuras y halagos. Además habrá que esperar más de una polémica, terreno en el que el escritor se pinta solo. De hecho el paisaje en el que ubica la acción –un partido islamista alcanza el poder en Francia en un futuro cercano– ya ha dado de qué hablar. Al escritor que mejor ha diagnosticado el presente ya no le interesa tanto su tiempo y proyecta su perspectiva al futuro: ocupa una vez más el rol de profeta (sí, como en La posibilidad de una isla y, en menor grado, en El mapa y el territorio, su quinta novela), que parece gustarle tanto. Esperando que Soumission llegue por acá es pertinente (o, mejor, se antoja) comentar una de la más recientes incursiones de Houellebecq en el cine: como actor… de sí mismo en El secuestro de Michel Houellebecq (L’enlèvement de Michel Houellebecq, 2014).

the_kidnapping_of_michel_houellebecq

Dirigida por el francés Guillaume Nicloux, la cinta parte de un malentendido que tuvo lugar en 2009, cuando el escritor desapareció por unos días y la prensa especuló que había sido secuestrado por Al Qaeda. Después se aclaró que todo se debió a problemas de comunicación. El secuestro… materializa la especulación. Todo comienza con la cotidianidad de Michel Houellebecq, quien recibe visitas en su casa y tiene encuentros casuales en la calle. Hasta que tres forajidos (un rollizo gitano, un peleador de artes marciales mixtas y un fanático del físico culturismo) suben al elevador con él hasta su departamento, donde lo someten de manera apacible. Después lo llevan en una caja metálica a un paraje rural, donde lo retienen por algunos días.

Houellebecq

La maravilla aparece según avanza la cinta y el personaje evoluciona sin dejar de ser fiel a sí mismo. Porque si al principio Houellebecq es un tipo contrahecho sumamente desagradable, quejumbroso, delicado, achacoso, exigente, que habla de manera confusa y tiene permanentemente un gesto de disgusto (una facha que trae a la memoria casi de forma automática a Mr. Burns, el jefe de Homero Simpson), conforme se da la convivencia con sus captores aparece un sujeto susceptible de apasionamientos, a ratos simpático, capaz de dialogar con los otros, incluso de tender puentes afectivos con ellos. Son particularmente valiosos los pasajes en los que la ebriedad se hace presente y el escritor se burla de la ignorancia de los que lo mantienen en cautiverio (que no pierden la oportunidad de dialogar con él, casi como ofreciéndose para convertirse en futuros personajes de sus obras); o cuando lo entrenan para aplicar llaves de lucha o participa en el adiestramiento de un perro y se convierte casi en un hombre de acción.

L'enlevement de Michel

Nicloux se mueve entre la ficción y el documental; entre la densidad del drama y la ligereza de la comedia (y la propuesta va de la risa al tedio, de la tensión a la indiferencia). También Houellebecq. Se interpreta a sí mismo, como anotaba líneas arriba, pero también da vida a un personaje (pues no se trata de una recreación, sino de una creación original, ficcional) que posee rasgos que son típicamente suyos: la adicción irrefrenable al cigarro (que toma entre el dedo anular y el medio), sus opiniones (sobre prosa y sobre poesía, Mozart y Beethoven; lo mismo censura la democracia a la europea que el totalitarismo de Le Corbusier como urbanista); su trato con sus lectores así como con sus amistades. Y sin embargo El secuestro… es más que un reportaje imaginario. Es una propuesta que permite reflexionar sobre las rutas y los alcances de la puesta en escena, que si bien por momentos es un sinónimo de mentira también lo es que se convierte en un medio para conseguir algo verdadero. Como la literatura de Houellebecq, para no ir muy lejos…

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