Ecos de una ceremonia

Según apuntan los que cada año ven la ceremonia de entrega del Óscar, la del domingo 22 de febrero no fue de las mejores; tampoco de las peores. En su medianía, no obstante, ha merecido justa atención por el uso del foro que hicieron algunos de los premiados: Patricia Arquette, actriz de Boyhood (2014), y su postura de género al hacer un llamado a la igualdad salarial; Graham Moore, guionista de El código enigma (The Imitation Game, 2014), y su invitación a la (auto)aceptación de la diferencia; John Legend, coautor de la canción Glory –que se escucha en Selma (2014)–, y la actualización de la lucha por la justicia para los negros. Pocas veces una ceremonia de esta naturaleza, más pertinente para la frivolidad que para la gravedad, es tan bien utilizada. Aprovechar la millonaria audiencia para hacer una especie de inception de corte social es una estrategia que han utilizado otros artistas en otros momentos (Bono sería un campeón de estas lides).

patricia

 

Tal vez porque es el que nos atañe de forma más directa, cobra mayor relevancia el comentario de Alejandro El Negro González Iñárritu (que, empoderado, se reservó para el final, después de recibir su tercera estatuilla, acaso la más importante) que sirvió de cierre al evento. Iñárritu se valió del foro para pedir justicia para los connacionales que trabajan en Estados Unidos y rezar para que los mexicanos lleguemos a tener el gobierno que merecemos. Más allá de si es una aspiración o ya tenemos ese gobierno, es plausible poner sobre la mesa asuntos que duelen precisamente en un evento cuyo resultado ha sido utilizado para inflamar de prestado el orgullo nacional. El realizador mexicano se suma a las críticas de su colega Alfonoso Cuarón. Si bien los apuntes de ambos son esporádicos, no dejan de tener valor –en la doble acepción del término– y de cumplir así con una función que, como artistas, también han de ejercer: la del intelectuales.

87th Annual Academy Awards - Show

Hace años, muchos años (en 1969, para ser exactos, que parece ya la prehistoria de una América perdida), Julio Cortázar publicó un texto intitulado “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”. Fue la respuesta a uno previo de Óscar Collazos, “Encrucijada del lenguaje”. Éste, ensayista de origen colombiano, reprochaba a algunos escritores latinoamericanos –entre ellos a Cortázar– que algunas de sus obras no se ocuparan de la realidad latinoamericana, entendida ésta como el statu quo, la circunstancia social. El asunto tenía relevancia entonces por el entusiasmo aún fresco por la Revolución cubana y el socialismo. Todo esto ahora parece anacrónico. O casi todo. Porque la réplica del escritor argentino es una especie de declaración de principios, la precisión de un fundamento. En ella hace un esbozo de lo que él entiende por realidad y así amplía el campo de batalla (para decirlo en los términos de otro escritor, el francés Michel Houellebecq). En algún momento hace un apunte que no ha dejado de tener vigencia, como prueba el gesto dominical de Iñárritu (habría que sustituir, por supuesto, “escritor” por “artista”): “En definitiva, lo que cuenta es la responsabilidad personal del escritor, el que sea o no un escapista de su tiempo o de su circunstancia”. Y el realizador de Birdman (2014) prueba que la realidad, en su película y en sus posturas personales, está en el origen de sus pasiones. (Al otorgarle el premio por encima de El francotirador –que realmente no estuvo cerca de obtenerlo– ¿muestra que la Academia norteamericana, que no es precisamente un modelo de responsabilidad, es menos conservadora de lo que pudiera pensarse?)

Eso, la responsabilidad. Sano recordatorio para algunos periodistas que más bien parecen voceros del gobierno que padecemos (alguno de los cuales, por cierto, más sensible a la basurita en el ojo ajeno que al árbol que cubre su mirada, censuró a los que censuraron al realizador… y hasta aplaudió a El Negro).

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