Dulce melodrama

Brooklyn: un nuevo hogar (Brooklyn, 2015), que está nominada al Óscar en las categorías de mejor película, mejor actriz y mejor guión adaptado, se nutre de la tradición del cine de época clásico para acompañar a un personaje cuyas ambiciones y comportamientos cabría ubicar en la modernidad. Asimismo abreva del melodrama con cierta ligereza y con cierta dulzura, lo que podría ser una contradicción (que al final es generosa, eso sí).

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Brooklyn: un nuevo hogar es una coproducción de Irlanda, Reino Unido y Canadá, se inspira en una novela de Colm Tóibín y es el más reciente largometraje del irlandés John Crowley, quien posee una respetable trayectoria en teatro, y con la cinta Boy A (2007) obtuvo merecido éxito en diversos festivales. Ahora ubica la acción en los albores de los años cincuenta del siglo anterior y acompaña a Eilis (Saoirse Ronan), una joven irlandesa que vive y trabaja en un poblado pequeño y que emigra a Estados Unidos gracias al apoyo que su hermana mayor y la Iglesia le brindan. Se instala, como el título anticipa, en el barrio neoyorquino de Brooklyn. Llega a una casa de huéspedes y comienza a trabajar en una tienda departamental. La nostalgia por el terruño le reserva, de entrada, una serie de contratiempos. Pero todo cambia cuando conoce a Tony (Emory Cohen), un joven de pequeña estatura de ascendencia italiana, con el que inicia una historia de amor.

Crowley propone una puesta en escena que luce sin mayor ostentación y es pertinente lo mismo para hacer verosímil los escenarios donde transcurre la acción (en Nueva York no hay planos muy abiertos) que la evolución del personaje, rubro este último en el que maquillaje y vestuarios hacen un aporte significativo. Asimismo obtiene de su actriz principal un desempeño notable, con expresiones faciales y miradas sutiles. No menos valioso es el trabajo de fotografía, cortesía del canadiense Yves Bélanger (responsable de la luz de Alma salvaje y El club de los desahuciados), que subraya los pasajes emocionales de Eilis. Habría que hacer notar, también, que, sin importar en qué lugar aparezca ella, hay algún elemento verde, color que remite a Irlanda. El acercamiento con la cámara, por otro lado, recurre con frecuencia a la cámara en mano, lo que le da un toque de modernidad y contribuye a hacer sensible las tribulaciones del personaje principal.

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Este marco es provechoso para presentar un abanico de matices que subrayan el optimismo que habita la cinta, aun con algunos pasajes de tristeza. Además de las abundantes dosis de bondad: salvo un personaje, aquí todos son amables y brindan apoyo al necesitado, incluso sin que lo soliciten. Y si hemos visto en otras cintas que el abuso al inmigrante es una constante (recientemente en Sueños de libertad), aquí América abre sus generosos brazos al necesitado. Y si los italianos tienen fama de ser desobligados fanáticos de los Dodgers, Tony es considerado, tierno y leal: todo lo que una madre desearía para su hija. Es en este escenario en el que Crowley hace crecer y florecer a Eilis, prototipo de la mujer moderna, independiente y emprendedora, capaz de tomar su destino en sus manos y de decidir en función de lo que ella cree que es mejor para ella: lo mismo en dónde vivir que con quién.

Crowley entrega una cinta que por momentos sabe a fantasía, a una dulce fantasía, que avanza con ligereza y no se asoma a profundidades tenebrosas: se sufre, pero nomás tantito. Luce sincera; emociona y por momentos hasta conmueve, pero no termina por hacer un gran comentario sobre el crecimiento o iluminar las relaciones humanas; tampoco es una gran película.

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