Dos pistas para disfrutar y apreciar Noche en la tierra

Por Andrés Villa Aldaco

Noche en la tierra. Jim Jarmusch

Noche en la tierra (Night on Earth, 19911991) de Jim Jarmusch es una colección de breves historias donde personajes entrañables (unos más que otros) se encuentran en cinco taxis de cinco ciudades distintas, durante una misma noche en nuestro atropellado planeta. Este breve texto propone dos pistas para “re-ver” Noche en la tierra: la primera gira alrededor del traslado como elemento transformador que aparece en ¿todos? sus filmes y que, en el que nos ocupa, es central; y la segunda: la maestría con la que Jarmusch asume en solitario los formatos cortos, tan extraños en las filmografías de prácticamente cualquier cineasta consolidado.

Pista 1

Resulta imposible autoreconocerse como fan de Jarmusch y no caer en cuenta, casi de manera inmediata, de su obsesión por trasladar (a veces física, a veces emocionalmente) a sus personajes en cada una de sus películas. Haciendo una revisión rápida y dando crédito a un puñado de otros entusiastas del cine de Jim que han escrito antes sobre la movilidad en su obra, recordamos viajes en canoa, en tren, en automóvil y a pie. Algunos en autobús y detrás del volante de un tráiler. Intuimos por ahí igualmente un par de vuelos trasatlánticos, viajes a través de las épocas y traslaciones al más allá, si me permiten tan chafa expresión. Pero es en Noche en la tierra donde estos traslados dejan de ser un vehículo de cambio en el que los personajes van de un punto inicial a un punto final, transformándose en el inter. En éste su quinto largometraje, los traslados se convierten en elemento esencial pero que no empuja ni transforma, sino en un marco que paradójicamente desestima al punto de llegada como algo valioso: el desenlace de nuestra historia. Quizá este marco, tan restringido como lo puede ser filmar dentro una cabina de un taxi en Roma, Nueva York o París, es el que nos invita engañosamente a creer que en un breve trayecto como lo es cualquier “dejada” en un taxi, no puede existir la posibilidad de generar un interés en el espectador.

Más cercana a Taxi Teherán (Taxi, 2015) de Jafar Panahi que a Colateral (Collateral, 2004) de Michael Mann, Noche en la tierra renuncia desde su condición de “ómnibus film” (largometraje constituido por una serie de películas cortas) a desarrollar una historia compleja con un taxista como protagonista (Taxi driver de Scorsese, Taxi de Pirès y la ya citada Colateral), para hacer un mosaico de la condición humana en el estilo tan conocido de Jarmusch, donde el no pasa nada abre la posibilidad del disfrute de una cotidianidad que a pesar de rayar en el absurdo, nos resulta familiar. El Jarmusch que se mantiene fiel a este terreno es, en mi más subjetiva opinión, el más auténtico. Incluso en sus trabajos más criticados (Los límites del control) encontramos a un director arriesgado, fiel a su visión y a sí mismo. En Noche en la tierra, esa realidad que tantas veces supera nuestros más bizarros sueños, nos presentan entretejidos en el ya mencionado cuasi-entrañable catálogo de personajes, guiños a un pasado glorioso frente a un incierto pero prometedor futuro en el encuentro de dos generaciones de mujeres; a la hilarante picardía de un ferviente pero desconsiderado “creyente” y el inevitable deceso de una “autoridad” de la iglesia romana ante su confesión; en la crónica de una noche de juerga versus la más triste historia de Finlandia; en el improbable coqueteo de un orgulloso pero distraído inmigrante africano con una invidente, y en la historia de un inexperto taxista extranjero que cede el volante a su pasajero como último recurso para llevarlo a su destino. Jarmusch desarrolla con maestría esa característica que podemos considerar su firma: deleitarse (y deleitarnos) con los placeres ordinarios del mundo, como escribiera Paul Auster acerca del cine de su amigo y colaborador.

Pista 2

Más que pista, esta segunda idea simplemente pretende echar ojo sobre las películas de antología de Jarmusch; aquellas entregas compuestas por breves historias que se desarrollan en escasos minutos y que en suma, ajustan la duración de un largo. Por más que hago memoria, no recuerdo un cineasta que habiendo dirigido largos, haya regresado a explorar la forma corta con el éxito de Jarmusch. O es mi pésima memoria o es mi restringida cultura cinematográfica. Recapitulando la filmografía de Jarmusch encontramos junto a Noche en la tierra, la extraordinaria Café y cigarrillos (2003), y El tren del misterio (Mistery Train, 1989), la cual propongo separemos, ya que si bien es en términos estrictos una película formada por varias historias, funciona con una estructura convencional de largometraje. Las otras dos sin embargo, comparten señas que las convierten, y esto viene una vez más desde mi estricta opinión, en un par de obras extraordinarias. Quizá la principal de estas características compartidas por estas dos películas sea el arriesgue que las formas cortas exigen y que Jarmusch asume limitando en ambos films sus elementos narrativos: historias que sólo se pueden dar o dentro de un taxi o frente a una mesa con café y cigarros. Así propicia el terreno para desdoblar su oficio como escritor, y con un cine higiénico y centrado en el diálogo, nos recuerda sus posibilidades y potencias tan frecuentemente olvidadas, más frente a la rebosante parafernalia y excesos tecnológicos superfluos de la oferta en las salas cinematográficas comerciales. Resuelve con relajada astucia, contundencia y claridad, estas dos colecciones de piezas de escasos minutos. Y es esa económica forma de hacer cine la que propicia la mejor condición para que esa versión de Jarmusch que tanto nos gusta, se exprese a plenitud, con su cine en el que no pasa nada, pero que igualmente nos fascina y deleita.

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