DeMuestra: Thelma o los tortuosos caminos de la libertad

En Reprise: vivir de nuevo (Reprise, 2006), su ópera prima, el danés Joachim Trier acompañaba la amistad-rivalidad literaria de dos jóvenes con un acercamiento a medio camino entre el naturalismo del Dogma 95 y la estilización que ejercita Guy Ritchie. La cinta fue un éxito de público y crítica; del Festival de Toronto salió con el Discovery Award. El dispositivo estilístico y el éxito se repitieron en sus siguientes entregas: Oslo, 31. August (2011), con la que participó en Una cierta mirada en Cannes, y en Más fuerte que las bombas (Louder Than Bombs, 2015), con la que compitió por la Palma de oro cannoise. “Cansado de repetirse” (como afirma en la entrevista publicada por Enfilme), en La maldición de Thelma (Thelma, 2017), su cuarto y más reciente largometraje de ficción, se propuso intentar algo “completamente diferente, algo enigmático y misterioso”. La apuesta, para no variar, es exitosa.

La maldición de Thelma acompaña a la joven del título. Inicia con una escena inquietante: Thelma es una niña y acompaña a su padre de cacería; pronto localizan una presa, pero el padre gira el rifle y apunta… a su hija. Posteriormente, ya adolescente (interpretada por Eili Harboe) la seguimos en sus primeros días en la universidad. Es tímida y solitaria, hasta que conoce a Anja (Kaya Wilkins). Entonces comienza a tener ataques de epilepsia. La causa de éstos la iremos descubriendo poco a poco: la revelación va de la mano de la rebeldía.

Con un ritmo apacible y una valiosa dosificación de la información, Trier explora las vicisitudes de lo sobrenatural. Graba en video en Cinemascope (en formato 2.35:1) y así aporta, como él afirma, “una visión que va más allá de la perspectiva humana”. Por momentos la cámara toma distancia, pero invariablemente nos acerca –a menudo con sutiles travels– a la intimidad de Thelma; el uso de la cámara en mano, por su parte, transmite su nerviosismo. La puesta en escena lo mismo contrasta clases sociales y ambientes que estados de ánimo. El sonido hace su contribución para llevar la cinta a los terrenos del terror.

La inquietud resultante es pertinente, provechosa, para acercarse a diversos asuntos relativos al crecimiento. Thelma despierta a la sexualidad y comienza a lidiar con la represión que carga desde su infancia. El deseo aparece como un fenómeno que provoca cambios físicos alrededor, que hace “temblar” al mundo circundante. La presencia de lo sobrenatural (con irrupciones al cuento de hadas, guiños a la brujería y puentes con David Cronenberg o la Biblia) sugiere en Thelma poderes extraordinarios; las revelaciones médicas completan un paisaje contrastante. La sexualidad tiende puentes líquidos entre ambos ámbitos, con pasajes ricos en simbolismos y metáforas. Trier lo resume así: “Decidí destacar los elementos de esa historia de crecimiento, enfatizando cómo es que alguien se vuelve independiente de sus padres, cómo es que alguien se acepta a sí mismo, cómo es que alguien debe lidiar con las dudas, la aceptación y el rechazo. Estos cuestionamientos de índole filosófico y psicológico me permitieron continuar en la construcción de un drama donde, por decirlo de algún modo, ‘el monstruo’, proviene del interior del ser humano.” El resultado, ya lo anticipábamos es extraordinario.

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