Atom Egoyan cautiva con Cautiva

Desde sus primeras películas, el canadiense Atom Egoyan ha alimentado una serie de constantes que, sin falta, pasan por el dolor: ha explorado con insistencia las oscuridades en los nexos sanguíneos (no es gratuito que su primer largo llevara por título Next of Kin, cuya traducción sería “familiares”; el de la segunda es Family Viewing) y las tragedias que a menudo se sobrellevan en la familia (o se generan en la familia) y que por lo general tienen a los niños como víctimas; las relaciones que se establecen por razones ocultas o inconfesables (como sucede en El ajustador, una de sus obras maestras); las torceduras y perversidades que se manifiestan en la sexualidad (el voyeurismo es recurrente y, también, termina por establecer un lazo, a veces bastante fuerte); la imposibilidad de dejar atrás el pesado pasado; las apariencias como una superficie siempre engañosa y el afán de sumergirse en las profundidades de la condición humana. Cómo sobrevivir al dolor que genera todo esto es lo que explora Egoyan con iluminadora agudeza. Su cine es tan revelador como demoledor, es una valiosa vía para entender la cara oculta de una sociedad fría habitada por individuos atormentados. Si bien sus películas recientes no tienen la fuerza de las primeras, en Cautiva (The Captive, 2014), que compitió en la Sección Oficial de Cannes el año anterior, regresa con bríos y entrega una obra que, con todo y sus bemoles, es generosa en emociones y pretextos para las reflexiones. (Para conocer más de Atom Egoyan vale la pena consultar este texto.)

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Cautiva sigue las desventuras de Matthew (Ryan Reynolds) y Tina (Mireille Enos) después de que Cassandra, su hija de ocho años, es secuestrada. Ocho años más tarde la policía sigue haciendo pesquisas, en particular dos detectives: Nicole (Rosario Dawson) y Jeffrey (Scott Speedman). Pero también el padre busca por su cuenta. Y su respuesta es violenta cada vez que Jeffrey sugiere que él es sospechoso de la desaparición de la niña.

Egoyan propone un relato no lineal y la estructura no sólo genera incertidumbre, sino que multiplica la densidad de las revelaciones. La cámara describe con movimientos lentos escenografías y registra conductas (los espacios son fundamentales en el cine del canadiense: las apariencias que estos presentan son como la epidermis de los personajes, una superficie que de entrada parece tranquila pero detrás de las cuales cohabitan pulsiones y dolores añejos); contrasta además la frialdad del exterior (nevado, como sucede a menudo en sus películas) con ciertos atisbos de calidez que se presentan en los interiores. Establece así un ritmo apacible y se mantiene atento a lo irrelevante (al menos en apariencia, perdón por la insistencia). Por su parte Paul Sarossy, cinefotógrafo de cabecera del realizador, materializa atmósferas inquietantes, incómodas que contribuyen a hacer sensibles los ánimos de los personajes.

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Cautiva hace una denuncia de la pedofilia y el curso que ésta sigue en tiempos de internet. El voyeurismo ya no es presencial y se montan “espectáculos” que pueden seguirse a distancia (la tele-visión al servicio de la perversión). Los delincuentes llevan una vida social convencional e incluso gozan de cierta respetabilidad. Egoyan no pierde la oportunidad de enviar un mensaje directo en el que hace ver que la diferencia entre un futuro posible y un presente atormentado es el cuidado y el interés que se ponga en los jóvenes. Para abordar todo esto el tratamiento como cine policial es efectivo, pues hace avanzar la trama y dosifica la información, si bien en algunos momentos es hasta cierto punto digresivo y no termina por desarrollar todas las líneas que plantea. Pero Egoyan consigue explotar con virtud la estrategia del thriller y no sólo mantiene la tensión, sino que ésta crece constantemente. Al final tanta intensidad rinde buenos frutos, y si uno pudiera cuestionar el final, difícilmente se animaría a reprocharlo.

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    Calificación – 80%
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